El Baúl...

Había transcurrido la mitad del año de 1913 cuando fueron a pedir la mano de la abuela.

En aquél entonces casi casi eran matrimonios concertados; y éste no fue la excepción. La edad de los contrayentes pudiera ser un dato que podría aportar elementos de valor; ella pronto cumpliría los catorce y él los veinticinco.

Las condiciones económicas de la familia de la abuela no alcanzaron para la dote, así que fue ella la que se tuvo que ir a servir a la casa de los que serían sus suegros por un año y medio, antes de la boda, llevándose su única propiedad: su baúl.

Un baúl de madera corriente forrada de hoja de lata que había heredado de su abuela.

El baúl era su mueble predilecto; en él guardaba sus pobrecitas cosas. Eran tan poquitas que le encantaba mirarlas y remirarlas.

Todos los días, después de los quehaceres, se sentaba junto al baúl, lo abría y una a una iba sacando “sus cosas”, las limpiaba y acariciaba y luego, con calma, con mucha calma, las volvía a poner en su sitio: aquí la enagua, allí la falda, de este lado el hipil y del otro el rebozo y los zapatos; muy en el fondo el Libro de los Sueños… y en una cajita, atada con una cinta azul, las cartas que el abuelo le había escrito.

Esta historia continuará...